Por Alexander Terrazas/Editor Digital Hispanos Católicos

Alexander Terrazas. Editor web Hispanos Católicos

Editor web Hispanos Católicos

Sentarse frente al televisor a ver la Santa Misa da una sensación de profunda tristeza y alegría. Tristeza al ver las bancas de las iglesias vacías y, alegría, al pensar que en cualquier circunstancia de la vida, siempre estará Dios para animarnos con su Palabra. Y es que la pandemia global del COVID-19 ha provocado algo nunca visto en la historia de la humanidad: cancelaciones generalizadas de misas dominicales, cierres de escuelas, interrupciones de negocios, pánico en el mercado de valores y acumulación de alimentos en grandes cantidades, como si se tratase del final de los tiempos.

Pero no es así. Pues, las medidas extraordinarias implementadas por los gobiernos del mundo y de muchos obispos de la Iglesia, incluidas las suspensiones masivas, son prudentes y oportunas hasta ahora. Y es que en esta batalla contra el COVID-19 debería haber poca separación entre Iglesia y Estado, por el contrario hoy más que nunca deberían estar unidos.

Por extraño que parezca, estas restricciones que están vaciando las bancas de los domingos creo que son actos muy cristianos. El ‘sufrimiento espiritual’ de renunciar a la misa es la afirmación de nuestro deber compartido como hijos de Dios de contener este terrible virus y salvaguardar a todos los asistentes a la iglesia, especialmente a los ancianos y vulnerables, así como a los sacerdotes y ministros. Este es un momento en que nuestras obligaciones como ciudadanos y como cristianos se alinean a la perfección.

Las bancas vacías son ahora un signo inusual de nuestra solidaridad, una unión al permanecer separados. Han surgido como un elemento no convencional del sacrificio cuaresmal a medida que nos unimos como comunidades de fe de una manera sin precedentes durante nuestro viaje de oración y abstinencia hacia la Pascua.

Pero eso no debería significar iglesias totalmente vacías. Por lo menos por ahora, algunos permanecen abiertos para la misa diaria y, siempre que se tomen precauciones, se abren los domingos para la oración privada, pequeños servicios de oración y, en algunos casos, la recepción de la Eucaristía.

Los líderes de la iglesia están obligados en tiempos difíciles a responder con prudencia basándose en la mejor información disponible. Hoy, cualquier cosa que no sea invocar medidas preventivas significativas sería un incumplimiento del deber pastoral y cívico, por no mencionar la posible responsabilidad legal, y una invitación al escándalo si una comunidad parroquial se convierte en un conducto para propagar el virus.

Pero todo este impulso hacia el distanciamiento social y el autoaislamiento no significa desconectarse totalmente del mundo. No significa abandonar a los enfermos, vulnerables, asustados o solitarios. De hecho, nuestro deber de cuidado hacia los demás se ha intensificado.

Considere cómo se concluye la misa. La liturgia no termina abruptamente. Estamos llamados a continuar como discípulos de Cristo a medida que ingresamos a nuestras comunidades y damos testimonio del Evangelio con nuestras palabras y hechos. Ningún virus puede cancelar esa misión evangelizadora.

¡En Hispanos Católicos estamos con el firme compromiso de informar y de seguir compartiendo las buenas nuevas!

 

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