Por Alexander Terrazas
Sentado sobre una silla frente al enorme altar alfombrado de la Iglesia Santa Clara, el
padre Juan Triviño, abre su corazón y desempolva los recuerdos de su mente para
hablar de su vida personal, de su servicio sacerdotal y de su visión sobre la Iglesia
Católica. Lleva colgado en su pecho un crucifijo plateado que es el símbolo de la
Renovación Carismática Católica, cuyo carisma forma parte de sus actividades
pastorales. Lleva también una camisa clerical blanca que combina con su pantalón y
zapatos negros. Es colombiano de origen y llegó hace 18 años a la ciudad de Toronto a
trabajar con la comunidad hispana. Tiene 61 años, cabellos y barba emblanquecidos
por el paso del tiempo, es de tez morena, ojos café, rostro apacible y andar pausado.
Es martes de un caluroso día de otoño y el padre Juan ha hecho una pausa en sus
maratónicas jornadas para acceder a esta entrevista, porque el 6 de diciembre celebra
sus 30 años de ordenación sacerdotal. Estos son algunos pasajes importantes del
encuentro con el Padre Juan, como popularmente es conocido en la comunidad
hispana.
¿Cómo era el hogar donde nació en su natal Tumaco, Colombia?
Era un hogar muy sencillo, humilde pero lleno de mucho cariño.
¿Era un hogar pobre?
Era un hogar pobre económicamente, pero viviendo dignamente. Nacimos muy ricos
en amor y crecimos en ese amor de hogar.
¿A qué se dedicaba su padre y su madre?
Mi padre trabajaba en el cultivo del campo y mi madre fue educadora durante 50 años.
¿Cuántos son sus hermanos?
Tengo siete hermanos de padre y madre. Y otros tres hermanos, solo de padre.
¿Cómo era el lugar donde nació y vivió?
Era una isla muy linda y especial, rodeada del mar Pacífico que se llama Tumaco. Y
justamente por su belleza el padre Juan escribió un poema que lleva el nombre del
pueblo: Tumaco.
¿Qué imágenes y olores se le vienen a la mente de su natal Tumaco?
Se me viene a la mente su gente, su cultura, la fe popular, las playas, el olor a playa y el
ruido del mar donde al contemplarlo hasta el horizonte pareciese que se juntara el
cielo con el mar.
En su familia ¿Quién era más creyente, su madre o su padre?
Más creyente era mi mamá en principio, pero justamente dice que la constancia vence
lo que la dicha no alcanza. Después mi papá entró a ese ritmo y ya luego fue muy
bonito verlo a los dos rezando el santo rosario. Juntos me hablaban del amor de Dios
cuando yo estaba en mi formación sacerdotal.
¿Y cómo nació su vocación para el sacerdocio?
Mi vocación se despertó desde muy niño por los ejemplos que yo recibía de los Padres
de la Orden Carmelitas que eran los encargados de la parroquia de San Andrés de
Tumaco. Cuando tenía 10 años ya era monaguillo de la catedral de mi pueblo.
A propósito ¿En qué Seminario realizó sus estudios para ser sacerdote?
Los tres primeros años de Teología estudié en la Universidad de San Buena Ventura de
Bogotá y el último año, cuando ya era diácono, lo terminé en el Seminario Misionero
del Espíritu Santo, perteneciente a la Renovación Carismática, aunque yo no era aún
carismático.
¿Y cómo fue su primera misa, la recuerda?
Sí, la recuerdo porque tuvo anécdotas muy bonitas. Fue en mi pueblo Tumaco y hubo
mucha gente, algunas por devoción y otras por curiosidad, porque nunca habían visto
una ordenación sacerdotal en mi pueblo. La ordenación fue en la mañana y en la tarde
fue la primera misa. Todo eso causó curiosidad.
Después de 30 años de haber sido ordenado sacerdote ¿cuáles son sus desafíos?
Uno de los desafíos es continuar siendo útil y seguir sembrando de manera creíble que
Dios no está muerto, que Él está vivo. Además, trabajar con los hispanos y con las
etnias ha sido de mucha apertura para mí en estos 18 años que llevo en Canadá.
A propósito ¿Cómo se da su llegada a Canadá?
El Padre José David Pérez, que actualmente es el párroco de la Iglesia San Juan
Bautista, me ayudó firmemente con las conexiones y exigencias para cumplir con los
requisitos para llegar a la ciudad de Toronto, Canadá. En principio era un intercambio
que íbamos hacer, pero luego me dijo que había la posibilidad de venir por un año para
trabajar en la comunidad hispana en San Wenceslao. Así empezó todo.
Cuando llegó a la ciudad de Toronto ¿Cuál fue el primer trabajo que hizo?
En cuanto al trabajo, el Padre José David, me presentó a la comunidad San Wnceslao.
Yo inicié mi trabajo como lo hizo Jesús, llamando a unos cuantos. Con ellos empecé a
formarlos, luego los consagré como ministros para que me ayudaran en el trabajo
pastoral de evangelización.
¿Cuáles fueron las necesidades que pudo palpar durante los primeros años de
trabajo en comunidad hispana?
En la comunidad hispana San Wenceslao la principal necesidad que yo vi, fue que
necesitaban consejerías para consolar esos corazones tristes, por haber dejado su
patria, su pueblo, su gente y su hogar. Me dediqué bastante al acompañamiento
espiritual porque animándolo podían superar muchas cosas. Yo veía muchas heridas
espirituales que necesitaban ser sanadas.
¿Después de esa experiencia usted va a la Renovación Carismática Católica?
Al conocer las necesidades de la comunidad, empecé a celebrar misas de liberación y
sanación física y espiritual, porque se necesitaba mucho. Cuando llegué a Santo Tomás
de Aquino en 2005, me visitaban algunos carismáticos que me decían que yo tenía los
dones de un carismático, pero yo me sonreía y les decía, miren no me empujen
porque yo caigo solo. Y así fue, esto fue una gran verdad. Ahora soy carismático, llevo
la dirección espiritual de la Renovación y de los encuentros matrimoniales.
En 2011 en una reunión del concejo diocesano de sacerdotes, por votación de los
padres y del beneplácito del señor obispo, me nombraron para que yo tomara la guía
espiritual de la Renovación Carismática Católica en la Arquidiócesis de Toronto.
¿Cuáles son los desafíos de la Renovación Carismática Católica?
Son bastantes. Acabamos de cumplir 50 años y desafíos hay por montones, sobre todo
a continuar con la evangelización. En Toronto, a seguir mostrando que Dios está vivo y
que la Iglesia Católica sigue viviendo con sus carismas esa presencia del espíritu santo.
¿Cómo ve la Iglesia que conoció hace 30 años con la Iglesia de hoy?
Yo sí veo una Iglesia que va renovándose en sus pedagogías y las necesidades para
caminar con el pueblo de Dios, con el pueblo migrante, sobre todo aquí en la
comunidad hispana. Sus bases y dogmas, son los mismos, no han cambiado. La
predicación se hace acorde a estos tiempos. Por eso digo sí, la iglesia no puede
permanecer anclada, sino que es una iglesia que camina con su pueblo. Así como van
cambiando las cosas del pueblo, van cambiando las pedagogías de la Iglesia para que
sea el mismo kerigma (Dios) pero acomodado a los tiempos que va viviendo el pueblo
de Dios.
¿Usted ha pensado retirarse o todavía?
Retirarme o dejar de ejercer el ministerio sacerdotal, no. Es que yo no estoy aburrido.
El sacerdocio es mi vida. Esto no es una profesión, es una forma de vida.
Usted siempre habla de sus ahijados… ¿Será posible saber cuántos ahijados tiene el Padre Juan?
Es difícil saberlo con exactitud, como decimos en Colombia: un poco y otro montón.
¿Cómo sacerdote, hay algo por lo que le gustaría pedir perdón a la Iglesia?
Por todos los errores que uno comete, por las veces que uno hace quedar mal a la
iglesia. Porque a veces amanecemos de mal humor, porque a veces contestamos mal a
un feligrés. Bueno, como decimos en Colombia se le corrió el champo y la embarró,
por todo eso hay que pedir perdón. Afortunadamente tenemos una madre iglesia que
nos dice que si estamos arrepentidos podemos ir al sacramento de la reconciliación.
Para finalizar esa entrevista
¿Qué le gustaría decirle a la comunidad hispana?
Agradecer la acogida de la comunidad hispana. Yo no me siente querido por la
comunidad hispana, me siento mimado. Nunca que me faltado nada, todo lo que
tengo ha sido regalo de la comunidad. Sin embargo, cuando me ha tocado trabajar con
otras comunidades, como la italiana y la inglesa, también he sentido su acogida con
mucho amor.
*Este artículo fue publicado originalmente en el Semanario El Centro News