Fr. Aldo Torrez Roca, O.P.

Hemos recibido tantas gracias. Pero no las veíamos, ni las notábamos. En cada «confesión» sacramental nuestra alma se limpiaba, quedaba con blancas vestiduras, brillantes, y emanaba un aroma agradable a Dios. En cada «comunión» en la «Eucaristía» nuestra alma se llenaba de un brillo sobrenatural, al acoger a nuestro buen Jesús y llenarnos de Él. Salíamos de Misa convertido en un «Sagrario Vivo». Visitar la Capilla de Adoración Perpetua en La Mansión, que por cierto se llama: «Cristo Vivo», y adorar a Dios, era nuestra mayor alegría, dicen muchos mansioneros. Y ahora -dicen ellos- que estamos privados por la cuarentena, no podemos ni salir. Bueno, si ahora que no podemos salir por esta Pandemia, recuerda que tenemos «un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo» (Ef 4,6). «Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra (Hijo); lo invade todo, en el Espíritu Santo» (San Atanasio, Carta 1 a Serapión). Hoy, el Altar, La Mansión, se ha traslado a tu casa cuando nos ves en cada Eucaristía por las redes sociales. Y cada vez que lo invocas, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para hacer tu oración personal o comunitaria, allí también está la Santísima Trinidad que te da esperanza y te da vida.

Papa Francisco afirma: «Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. ¡Él vive y te quiere vivo! […] Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar» (Christus Vivit, # 1 y 2). ¿A qué te llama y te espera? A una amistad con Él. Porque «lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven es ante todo su amistad. En el diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21,16). Es decir: “¿Me quieres como amigo?”» (Ibid., # 250).

Dios quiere ser nuestro amigo. Jesús mismo lo dice: «Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre» (Jn 15,16). Y «En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre (Hijo), les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14,26). Dios no es un ser lejano, solitario y mudo, sino que, es un ser cercano, comunitario y dialoga con sus hijos. En términos de personalismo psicológico, lo explicaríamos así: El «Yo» del Padre, al comprenderse y reflejarse a sí mismo, engendra el «Tu» que es el Hijo; y del amor mutuo de ambos procede el «Nosotros», que es el Espíritu Santo, don y devolución de amor, comunicación y diálogo. Después, como consecuencia y porque la Trinidad ama al hombre que creó, el Padre abre y agranda el circulo, admitiéndonos en su órbita divina como hijos por medio de Cristo, su imagen visible y su revelador (cf. Jn 3,16-18), y que el Espíritu Santo todo lo transforma y lo lleva a su plenitud (cf. Jn 16,13-15).

En medio de esta Pandemia, debemos descubrir y cultivar a un Dios amigo que está y vive con nosotros. El P. Crisóstomo afirma que: «Cultivar la amistad muy personal con Dios-Padre, es un privilegio de los hijos en Cristo por el Espíritu Santo» (C. Geraets, D. Roach, «Dios no tiene nietos»: 18). En esta misma línea ratifica que «la unión intima con el Padre en Cristo por el Espíritu Santo, es la felicidad cristiana» (C. Geraets, La Felicidad cristiana: 2). Alfonso Via Reque testifica: «El Padre Cris, desarrolló y creció en la oración, en una manera de orar, que ¡no he conocido en nadie! Él me decía que podía discernir la presencia del Padre, y a veces la presencia del Hijo y en otros momentos la presencia del Espíritu Santo. ¿Quién puede tener esta experiencia? Oraba asiduamente y lo hacía en lenguas y se desconectaba de este mundo y quedar horas en contemplación» (cf. A. Torrez Roca, Predicación Profética: 3).

Mis estimados, que «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios-Padre y la comunión del Espíritu Santo permanezca con todos ustedes» (2Co 13,14). Amén.

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