Freddy Vélez*

Vélez fue director del Semanario Correo Canadiense.
Soy, lo confieso sin pena, “pate’ perro”, alguien que le cuesta trabajo estarse en casa, bajo cuatro paredes. ¡Y entonces supondrán lo duro que ha podido ser este ejercicio lento e incierto de mantenerse aislado… pero no!
Y las claves han sido dos: Una salir, de otra forma, al mundo, dándose a los demás; dos, meterse al interior, buscar en los más íntimo el ser, la espiritualidad -la creencia si se quiere.
Todo comenzó con una aparente desgracia, previa a la declaración de cuarentena: quedé cesante, tras acabarse un contrato de cinco meses de trabajo.
Y digo aparente, porque eso resultó ser una bendición: no podría salir ni porque hubiese querido debido a condiciones de salud concomitantes que me ponen en el grupo de alto riesgo, en el de aquellos que no salen bien librados si cogen el virus aquel.
Total, mi separación del mundo comenzó el 12 de marzo pasado, hace 39 días -casi ya una cuarentena en sentido estricto.
Y puedo decir que ya estaba preparado. No porque supiera que venía una pandemia, ni más faltaba.
Sino porque la vida me había tenido en sube y bajas desde hace unos años y el haber soportado retos de todo tipo me dejó listo para estar fuerte para este tiempo, por rara suerte -o ‘Diosidencia’!-.
No se llamen a engaño, sin embargo, igual que cualquier cristiano en mí ha habitado la desazón; la pena, la impotencia, el miedo, la melancolía y la ansiedad.
Pero, siguiendo las claves mencionadas al inicio, he encontrado dos cosas muy importantes: una, propósito de vida; dos, paz interior.
Periodista por formación y experiencia, activista comunitario y promotor cultural por vocación, me hallé brazi-cruzado de buenas a primeras.
Estaba frustrado porque mis planes de viajar y de buscar nuevos retos profesionales en mi país de origen se fueron a tierra de súbito -tenía tiquetes comprados justo para abril. Y afligido como todos por las consecuencias económicas.
Pero de repente me veo en un rol; el de ser un voluntario para ayudar al prójimo, al que está cercano a mi aquí y al que está a la mano por gracia del Internet.
Y entonces he hecho cosas como informar desde mi trinchera, usando el Facebook, WhatsApp, Messenger y hasta Linkedin para que la gente pueda tomar decisiones basado en contenido veraz, relevante y en español.
También me he propuesto combatir la desinformación -que viene en forma de teorías de conspiración, noticias falsas y publicaciones extremistas que buscan causar pánico o manipulación política.
Igual, he puesto un altoparlante para abogar por los más débiles en la sociedad; destacar el altruismo de gente sencilla; compartir expresiones artísticas que dan alivio al espíritu; y para promocionar a los negocios de la comunidad latina de Ontario y pasar mensajes que invitan a la reflexión personal y al cuidado de la salud mental.
Todo eso, por lo cual no recibo ni espero un pago, me da algo que es fundamental en la vida, pero sobre todo en los momentos de crisis: propósito.
Y para cuando me atacan esos sentimientos negativos que pueden llevar a la depresión, recurro a la búsqueda interior. Estar solo, en silencio, es algo que pocas veces nos permitimos o podemos, en medio del afán de la vida moderna.
Y cuando nos desconectamos de la realidad material, nos ponemos en comunión con lo espiritual -o la creencia- entonces llegamos a un oasis de bienestar.
Algunos lo hacen practicando su fe, orando y conectando con el creador. Otros lo hacen usando técnicas de respiración, meditando para aquietar los pensamientos y conectarse con sí mismos. Yo practico una extraña mezcla de los dos.
Los resultados han sido unos muy inesperados:
-Estoy sano, al igual que los de mi familia.
-Me siento positivo -no tanto optimista- pero sí dispuesto a aceptar lo que venga día a día.
-He aprendido y sigo aprendiendo cosas.
-Me he embarcado en proyectos tanto profesionales como de vida que de repente me alistarán para lo que venga después de cuarentenas y desempleo. De hecho ahora me capacito gratuitamente usando la tecnología y comparto mis conocimientos con otros de igual modo y, cosa soñada, he empezado un reto virtual para escribir un libro en dos meses, uno de mis mayores sueños.
Eso último, no se hubiese dado, si no hubiésemos tenido esta tragedia que para muchos desafortunadamente es sinónimo de pérdidas y muerte.
Mis pensamientos y oraciones están con aquellos que sufren por la enfermedad y por la pérdida de sus seres queridos, y solo espero que de esto todos salgamos con una lección personal y convertidos en mejores seres humanos. Abrirse al mundo, ser solidarios; y mirar para adentro, buscar a Dios -cualquiera que sea el nombre que le demos- claves de ese nuevo orden.
* Periodista colombiano radicado en Toronto.