Redacción Hispanos Católicos
Un fantasma recorre el mundo como el viento: el fantasma del coronavirus. Y a su paso deja miedo, crisis, desabastecimiento y muerte. Este virus, que debido a su alcance global ya se clasifica como pandemia, empezó en China a finales del 2019. Ahora, que ya quedó atrás un cuarto del 2020, la situación por el llamado Covid-19 está en un punto crítico: las principales potencias económicas lo enfrentan rogando a sus poblaciones que se queden en casa, que se laven las manos. ¡A falta de una vacuna, la prevención parece ser la cura!
Dada esta compleja situación global, en Hispanos Católicos hemos abierto una sección dedicada a la crónica periodística, bajo el título ‘Crónicas de una Cuarentena’. La idea es conocer cómo sucede este aislamiento en otras partes del mundo, narrados desde la óptica de prestigiosos periodistas, escritores y comunicadores sociales de diferentes países del mundo.
Esa sección abrirá oficialmente esta semana con una crónica del multipremiado periodista boliviano, Roberto Navia Gabriel. Escríbenos al correo electrónico [email protected]. ¡[email protected] al viaje!
A continuación te invitaos a leer una de nuestras primeras entregas:
Retrato de un confinado: Así vivo mi cuarentena en Canadá
Primavera del 2020. La pandemia del coronavirus ha paralizado al mundo mientras me encuentro confinado en la ciudad de Toronto, lejos de mi patria Bolivia. No sé si alguien tiene esa misma sensación que yo, que la vida como la conocimos un día ya no va a ser la misma. Tal vez sí, o tal vez, no. ¿Quiñen sabe? Por ahora, empiezo a valorar más la vida que llevaba antes y que hasta hace unos días me parecía monótona y rutinaria: trabajo de lunes a viernes, shopping los sábados y misa los domingos.
En la casa somos cuatro: mis hijos, Dóminic de 7 años e Isabella de 1, ellos están en su propio mundo y tratando de recordar lo que aprendieron en la guardería. Mi esposa actualmente hace un voluntariado en la página web Hispanos Católicos: graba podcast, programas de radio y de vez en cuando hace algún diseño. Ah, también estudia inglés online a través de la aplicación Zoom y como si estuviera físicamente en una escuela, debe cumplir todas las horas estándar y las tareas.
Por mi parte, la compañía de eventos sociales donde trabajaba cerró sus puertas indefinidamente y quién sabe si volverá reabrir algún día, pues también soy uno más de esa larga lista de desempleados. Estaba terminando en un programa de inglés como segunda lengua (ESL, por sus siglas en inglés), pero desde hace unas semanas todo quedó suspendido, con el cierre de guarderías, escuelas, institutos, universidades, iglesias y todo lugar donde había concentración de gente. Al igual que mi esposa, ahora estudio inglés a través de la aplicación Zoom y estoy viendo la serie de hace 25 años, Friends, y de vez en cuando agarro un libro de español para leer. En estos tiempos también nos ha forzado a reavivar nuestra: rezamos el Rosario todos los días.
Así las cosas, todos cumplimos con quedarnos aquí adentro. Claro que hacemos excepciones, solemos salir con los chicos al patio trasero de la casa para no agobiarnos en las cuatro paredes y, yo solo salgo a hacer las compras cada fin de semana. No puedo decir lo mismo de algunos de mis vecinos. Como mi ventana da a la calle, todos los días abro las cortinas y veo cantidad de padres con sus hijos paseando en bicicleta, en patinetas, paseando su perro, etc., o simplemente caminando. Todos parecen inmunes al virus. Tal vez, por esa razón, el buen primer ministro Justin Trudeau, ha comparecido molesto más de una vez en sus conferencias de prensa. “Stay home, stay home, stay home”, ha dicho cientos de veces Trudeau y por último decidió ayudar con 2.000 dólares para cada trabajador desempleado o que haya perdido su empleo por causa del COVID-19; además de una serie de ayudas para las empresas a fin de que las personas no salgan de sus casas, excepto los trabajadores esenciales. Aquí en la ciudad de Toronto donde vivo, ya no veo tanta gente mayor como hace unos días (había varios paseando como cualquier inicio de primavera).
Bueno, estaba hablando de mis vecinos, sí. Aquí a ellos casi no los veo, pero ahora más que nunca me siento más cerca con los vecinos de mi país. Nos enviamos uno que otro mensaje de texto con los compatriotas a través de grupos de WhatsApp. Hablo con mi mamá en Bolivia, ella está bombardeada por algunos noticieros sensacionalistas, que buscan infectados del Coronavirus hasta debajo de las piedras. Ella lo ve todo negativo. También hablo con mis amigos y con mis excompañeros de colegio. Percibo desesperanza en sus mensajes. No comparto ese sentimiento. Pese a todo, me siento optimista. Eso sí, hay que vivir de una manera a la que no estamos acostumbrados. Es lo que toca hacer. Fácil de entender, pero parece casi imposible de practicar.
Decía que cada fin de semana voy al Nofrills, -uno de los principales supermercados en Canadá- para abastecerme de alimentos. He Notado muchos procedimientos nuevos: cola de gente para ingresar, alcohol en gel y paños de limpieza aplicados sobre cada carrito, y una cantidad reducida y controlada de gente comprando.
Mucha demanda de papel higiénico (todavía no entiendo bien por qué, ¿se come?). En los demás productos no noté desabastecimiento. Tampoco noté ese nerviosismo en la gente, que sí había visto días atrás en las noticias sobre otras sucursales de Nofrills. Todos bastante amables. Será cuestión de ir en un tiempo a ver si todo sigue igual de tranquilo.
Veo las noticias y comparo la situación de Canadá con lo que sucede en mi país, Bolivia. En el primero no hay tantos controles del gobierno como en mis tierras. En Bolivia algunas personas salen a pasear, incluso de vacaciones al campo. Pero debo decir que tanto el gobierno como la policía y los médicos están haciendo un trabajo increíble. La presidenta Janine Áñez y su Gobierno, con todas sus limitaciones y errores, le están poniendo ‘ñeque’ al tema para frenar los contagios del COVID-19. Mientras que en Canadá da la impresión de que no se necesitara tanto el control para que la gente no salga. Ojo, que ya se ha dicho que la multa será de 100 mil dólares y hasta un año de cárcel para los que incumplan las normas de la cuarentena.
Tengo una amiga en España y relata que la cosa allá está más fea. Hay muchos contagiados, el sistema de salud no se da abasto para atender a los pacientes. Leía también que en Madrid están utilizando el Palacio de Hielo, el cual tiene en sus instalaciones deportivas una pista de hielo. Ahí almacenarán los féretros de los muertos por el COVID-19. Pero no se me confunda con un pesimista. Como dije, estoy en la fila de optimistas que saben que todo esto pasará pronto.
Meterse dentro de casa es también meterse dentro de uno mismo, y encontrar esas cosas que habíamos olvidado, las buenas y las no tanto. Busco cosas para hacer, escribir es una de ellas. Estoy leyendo el célebre libro Don Quijote de La Mancha y también veo programas en las compañías de streaming y televisión que han liberado su contenido para que la gente pueda mantenerse entretenida. Aun sabiendo que no van a haber contenidos nuevos, al menos no por ahora.
En estos días de cuarentena las relaciones interpersonales afloran. En un país como Canadá, la esposa o el marido que trabajaban todo el día y que se veían apenas un rato por la noche, ahora se ven todo el tiempo, con los chicos, con toda la familia. Leía en Internet que en China explotaron los casos de divorcios. ¿Coincidencia? Toca convivir durante días y días. Todo sea para cuidarnos. Cuando estábamos afuera, trabajando, queríamos quedarnos en casa. Ahora no vemos la hora de salir. Ojalá todo esto acabe pronto!