Por Carlemy Salinas *
Aunque el duelo no se limita a la muerte de un ser querido, sino que se trata de las emociones enfrentadas ante pérdidas significativas, en este texto entenderemos duelo como la pérdida de un ser querido. Y lo reduciremos aún más: muertes de seres queridos debido al Covid-19, la pandemia que mantiene al mundo sumido en una crisis. Y, principalmente, reflexionaremos sobre el papel de la fe en medio de esta crisis de pérdidas.
En América Latina, el impacto de la enfermedad es cada vez más grande y preocupante. Hasta el último día del mes de julio de este 2020, casi 195 mil personas habían perdido la vida, principalmente en Brasil donde el número de muertes supera las 91 mil, seguido de México con 46 mil fallecidos. Hasta el mismo periodo, en la región ya hay más de 4 millones y medio de casos confirmados, según Statista, una empresa que recopila datos estadísticos y tiene oficinas en Alemania, Estados Unidos, Inglaterra y Francia, entre otros.
No perdamos de vista que las cantidades mencionadas en el párrafo anterior por miles y millones son en realidad seres humanos, personas que son hijos, padres, madres, hermanos, abuelos… Familia. Son familia de alguien. Un simple ejercicio matemático debería ser un fuerte golpe al caer en cuenta de la cantidad de personas en el mundo sufriendo tristeza, dolor, soledad y angustia en estos días. ?Como se sobrevive a tanto? Pues, para la Iglesia Católica la respuesta está en la fe. Desde la religión, la muerte no se reduce al dolor, es también una oportunidad para que Dios nos consuele y esté cerca de nosotros, es una certeza de que el amor y el espíritu de nuestros seres amados permanece intocable ya que la muerte es solo corporal y terrenal. Principalmente, la confianza en la promesa divina de que volveremos a ver a nuestros seres amados nos da fuerza y nos permite levantarnos junto a nuestra tristeza y avanzar.
Esta fortaleza y aligeramiento de la pena que otorga la fe también tiene el respaldo de la ciencia. En términos meramente neurológicos, las oraciones y rezos otorgan una sensación de bienestar al cerebro, permiten reducir la ansiedad y angustia, activan las mismas áreas de gratificación que cuando hablamos con amigos o seres queridos. Es decir, hablar con Dios, orar y rezar tienen un efecto físico y positivo en nuestro cuerpo. El sosiego y la serenidad que aporta la fe se vuelve imprescindible para superar el duelo, sobre todo en la actualidad cuando cada familia puede llegar a perder a más de uno de sus miembros y amigos cercanos, cuando en la mayoría de casos no pueden despedirse con funerales y recibir abrazos, cuando también se enfrentan a la incertidumbre de sus economías, pérdidas de empleo y de rutinas de bienestar, cuando las seguridades y apegos terrenales están desapareciendo. Justamente alli, en ese momento es que se revela el milagro de la fe. Cuando nos conectamos vía internet para rezar juntos los novenarios de nuestros seres queridos estamos superando la muerte física, cuando escuchamos los relatos bíblicos que nos consuelan y nos hablan de resurrección estamos fortaleciendo nuestra fe, estamos venciendo a la muerte y estamos recibiendo el regalo de paz, esperanza y fortaleza otorgado por Dios.
Desde la perspectiva humana alejada de la creencia divina, es imposible estar en paz en medio de tanta tribulación, pero la esperanza y confianza en la promesa de la resurrección nos pone una sonrisa en el rostro que viene directamente desde el alma. Es decir, el consuelo cristiano mantiene de pie al espíritu. Y esa base sólida es posible porque acepta la realidad como es, no la niega ni la oculta. Cuando la Iglesia Católica dice que no morimos no está negando la realidad física de lo que ocurre al cuerpo cuando deja de funcionar, lo que nos está diciendo es que nuestra existencia no se reduce al cuerpo humano, sino que traspasa los limites de él. Cuando la Iglesia Católica nos habla del cielo o la casa del padre como destino de nuestras almas, no se refiere al cielo que conocemos con nuestros ojos o a una casa física como en la que vivimos. Esas son figuras, metáforas o parábolas como las que usó Jesucristo y que eran esenciales para poder entender su mensaje y que siguen siendo válidas en la actualidad porque nos acercan al mensaje de Dios.
Contrario a lo que pudiera sonar lógico, en tiempos de crisis debería ser más fácil estar apegado a la fe, porque es en estos momento cuando expresa su poder y pone de manifiesto el amor de Dios a través de la comunidad familiar y religiosa que nos rodea.
*Columnista y colaboradora de Hispanos Católicos en Ottawa