Por Padre Edgar Romero *
En nuestro país, Canadá, hemos tenido la dicha de contar con la presencia del Santo Padre, el Papa Francisco que durante 5 días ha tenido una intensa agenda de encuentros y celebraciones con las comunidades indígenas canadienses, así como también con los representantes del gobierno federal, y todos los fieles católicos que hacemos vida en esta nación.
Esta ha sido una «peregrinación penitencial» como el mismo papa Francisco definió este viaje y su esencial intención es unirse, acompañar y animar el camino de reconciliación y perdón entre las comunidades nativas y todos los cristianos católicos. Es un camino en el que no solo bastan las palabras sino las acciones y gestos concretos que reconstruyan la confianza mutua y el respeto a la propia identidad y tradiciones ancestrales.
Y precisamente eso es lo que nos ha dejado el papa Francisco en su visita apostólica en Canadá. Vino con un corazón abierto y nos trajo un montón de gestos concretos, sencillos y humildes, pero cargados de un profundo significado. Francisco ha querido pasar de las palabras y los compromisos a las acciones concretas como mejores testimonios del arrepentimiento sincero de toda la iglesia y su sincera disponibilidad para avanzar en el camino de renovación caminando juntos. Besos, abrazos, sonrisas, apretones de manos, momentos de profundo silencio, oración, cantos, regalos… son actos que precedieron o acompañaron los discursos pronunciados por el Santo Padre y, en particular, sus llamados a la justicia y al perdón como paso esencial para un verdadero camino de reconciliación. En cierta manera, podemos decir que este viaje en sí fue una acción concreta «con un enorme impacto», en palabras del primer ministro Justin Trudeau.
El papa, como es su estilo, nunca se mantuvo ajeno al dolor de las personas que conoció en los distintos lugares que visitó. Su recalcada «pastoral de la escucha» con el corazón para estar cerca del prójimo se concretó muy bien en el encuentro con los antiguos alumnos de la escuela residencial de Iqaluit, «al borde del mundo». Francisco se sentó entre ellos en un círculo de sillas, colocándose así «como un igual». Es el signo del pastor que huele a sus ovejas, especialmente a las más lejanas y heridas.
Como Jesús de Nazaret el Papa Francisco también ha tocado los corazones de los débiles y excluidos y ha venido a tocar directamente las heridas abiertas de los pueblos indígenas para ayudarlos a sanar sus heridas. El papa Francisco se ha ido, pero nos dejó un bello testimonio de amor y una gran misión que los cristianos católicos de este país, todo el pueblo fiel debe asumir con responsabilidad: continuar con el camino de reconciliación, reconstrucción y sanación con acciones concretas porque un gesto vale más que mil palabras.
Pbro. Edgar Romero, pastor asociado de la parroquia Santa María de Brampton
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