Padre Edgar Romero *
Los cristianos católicos de todo el mundo estamos pronto a celebrar una fiesta muy importante para nosotros: Pentecostés. Como otras muchas fiestas judías (Pascua, Fiesta de las Tiendas, etc.), Pentecostés fue en su inicio una celebración relacionada con el mundo agrario. Los textos bíblicos más antiguos (Ex 23,16; Lev 23, 10-14) han conservado su nombre original: la Fiesta de la Siega. El pueblo judío iluminado por la sabiduría divina, va transformando los ritos paganos y cósmicos –muy propio de las culturas del entorno– en celebraciones con un sentido más histórico y espiritual.
Durante el mes de mayo, “tercer mes del año” según el calendario hebreo e inicio de la primavera, las cosechas de cereales alcanzan su madurez en Palestina: la fiesta debe santificar y coronar la siega o los primeros frutos, de la misma manera que Sukkot o la Fiesta de las Tiendas santificaba y coronaba la cosecha de las viñas y de los frutales en el inicio del otoño. El Deuteronomio elevará la Fiesta de la Siega al rango de la Pascua y de Sukkot, obligando a los fieles a peregrinar a Jerusalén para ofrecer a Yahveh las primicias de la cosecha y manifestar así el gozo y la gratitud experimentada por las bendiciones divinas.
Por otro lado, el vocablo “Pentecostés” viene de la lengua griega πεντηκοστή que luego pasará al latín como “Pentecoste” que en español podríamos traducir como “quincuagésimo”. Este nombre es dado por los 50 días que han pasado desde la fiesta de pascua tanto para judíos como para los cristianos. Para la tradición cristiana esta fiesta toma un nuevo y renovado significado. Según los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-4) la mañana de Pentecostés los apóstoles, “con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes“ (Hch 1,14) se hallaban reunidos mientras, – probablemente al igual que el resto de sus contemporáneos–, meditaban los textos levíticos referentes a la Ley, cuando de modo repentino “aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en las lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse” (Hch 2, 3-4). Este texto señala el significado para todos los cristianos de esta celebración: Es la fiesta del Espíritu Santo y el nacimiento de la Iglesia.
Pentecostés es el fin e inicio de una nueva etapa: El fin de una etapa que Dios, en su misericordia, inició años atrás cuando Jesucristo se encarnó en el vientre de María Virgen e hizo su morada entre nosotros (Jn 1, 14). Pasó por el mundo haciendo el bien (Hch 10, 38), dando consuelo a los pobres, a los oprimidos (Lc 4, 18-19) e impulsando el Reino de Dios que fue su gran misión. Luego se su pasión, muerte y resurrección, ascendió a los Cielos para ser glorificado junto al Padre y ser constituido como Señor de todas las cosas (Mt 28, 18). Es, a la vez, el inicio de una etapa dirigida y animada por el Espíritu Santo y la comunidad de creyentes (los apóstoles y las mujeres) quien asumen el encarga de ser continuadores de la obra iniciada por Jesucristo: llevar la Buena Nueva (Evangelio) a todos los pueblos y sembrar el Reino de Dios. Esa misión que nosotros llamamos evangelización sigue estando hoy vigente y activa. Han pasado más de 2000 años y los cristianos tenemos el compromiso de seguir haciendo posible que la semilla del Reino de Dios crezca y de frutos abundantes. Esta misión sagrada no podemos hacerla sólo los fieles cristianos.
Es indispensable y fundamental la guía y fuerza del Espíritu Santo, porque es Él quien mantiene vigente la misión y nos conceda las gracias necesarias (Hch 1,18) para llevar adelante este compromiso. Estas gracias son los sacramentos, la Palabra de Dios, la oración, el discernimiento, la familia, la Iglesia…. Este mismo Espíritu Santo es el que hace posible que hoy Jesús pueda estar con nosotros; evidentemente no como hace 2000 años atrás, pero sí de un modo nuevo porque gracias al Espíritu Santo podemos decir con toda seguridad que Jesús está en la Eucaristía, en los pobres, en los niños, en las Sagradas Escrituras, en la comunidad y en nuestros corazones. El Espíritu Santo es el puente entre el pasado, el presente y el futuro. Los cristianos debemos ponernos a la escucha de él y dejarnos guiar por él. Una comunidad cristiana y cualquier cristiano individual podrá ir por el camino correcto siempre que sea dócil al Espíritu. Y esto se logra a través de la oración, la escucha de la Biblia, la fraternidad y estando atentos a los signos de los tiempos donde Dios nos habla. En estas circunstancias actuales que estamos viviendo de pandemia que ha traído mucha incertidumbre, la fiesta de Pentecostés debe ser muy iluminadora para todos nosotros, porque recordamos que el Espíritu Santo es nuestra luz antes la oscuridad, es nuestra brújula frente a la desorientación y es nuestra fortaleza y esperanza ante la tristeza y la depresión.
Esta situación inesperada y abrupta del coronavirus, a pesar del dolor y la tristeza, puede convertirse en fuente de grande bendiciones y oportunidades. Son tiempos nuevos y muchas cosas a partir de ahora no serán como antes; serán diferente. Pero esas diferencias podrán ser un paso hacia delante y muy positivo o podrían ser un paso hacia atrás, de retroceso y muy negativo. Para los cristianos la clave está en la apertura a la escucha y obediencia al Espíritu Santo. Sino hacemos esto, nada será diferente y nuevo. Ojalá no sea así y muchos sepamos aprovechar y sacar provecho positivo a estas nuevas circunstancias. Por eso, Pentecostés nos invita a una fidelidad creativa. Es decir, seguir siendo fieles a Jesús y su Evangelio, pero abierto a la novedad y creatividad del Espíritu para estar a la altura del tiempo actual. Y todo esto asumirlo sin miedo. Conviene, entonces, recordar aquellas palabras de Pablo en su 2da carta a Timoteo: “Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, amor y moderación” (1,7).
*Coadjutor de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe Toronto